jueves, 22 de marzo de 2018

Viernes 3 a.m.

Por: Deyanira Jaramillo
Temática libre 

Un fuerte sonido estremeció la Unidad. Algunos, viendo sigilosamente a través de las ventanas, no reconocieron peligro alguno y empezaron a salir; otros, observaron desde sus apartamentos el cuerpo tendido de Darlene, quien se despidió del mundo en la madrugada de aquel barrio sin futuro.
La Unidad, con su larga entrada pavimentada, quedó dividida por una cinta amarilla. Llamaron al último número marcado desde el celular al que el golpe había hecho volar unos metros. Alejandro contestó. “Está muerta, sí, está muerta”. Creyendo que era un sueño, colgó sin darle mayor importancia. Pero su vejiga estaba muy llena para volver a dormir, así que, somnoliento, salió de su cuarto y fue al baño.
Al llegar nuevamente a su cama, revisó su celular, se dio cuenta de que no era un sueño, que Darlene no estaba, que eran casi las 3 de la madrugada y su amiga ya no iba a volver. Se vistió rápidamente, salió y llamó al ascensor. Cuando llegó, vio el carro del CTI, la cinta amarilla, la gente alrededor y una sábana blanca. La lentitud de los funcionarios hizo posible que alcanzara a ver el cuerpo tendido de Darlene.
Él vio el hilo de sangre que salía desde la sábana. Se quedó mudo, inmóvil, con las manos llenas de sudor y las articulaciones cementosas. No lo podía creer. Cuando Alejandro, el hombre piedra, por fin pudo moverse, se arrodilló y murmuró: “mañana, Darlene, mañana, Darlene”.  No quedaba ya más, ya no quedaba nada. Alejandro dijo recordando a su amiga muerta: “Siempre igual, los que no pueden más, se van”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario