Por: Sebastián Zambrano
Temática libre
Se
fue sin razón alguna. ¡Mentira! Yo soy la razón para que se fuera, como yo era
la razón para que estuviera siempre después de las seis en mi casa, en mi
habitación o en mi cama, cocinando, bebiendo cerveza o haciendo el amor, con
instinto animal y cadencia metódica pero caótica.
Soy
el reflejo del egoísmo más profundo, un imbécil. No la entendía. No pude
entender que ella tenía un simple deseo: alguien a su lado en la cama, que la
abrazará, la besará aquí y allá y le dijera cualquier cosa con ternura al oído.
Quería locura, quería confusión y yo solo ofrecía límites y miedos.
Cuando
se levantó súbitamente supe que todo había terminado. Se empezó a vestir
mientras yo le hablaba sin recibir respuestas. Nada podía detener lo que
vendría. Me había abandonado. Yo no contaba, no existía.
Eso
pasa. Es inevitable. Para qué decir más. Empacó todas sus cosas: el perfume
dulce que usaba en su cuerpo, su ropa, sus papeles y las llaves; todo fue a dar
al bolso de piel con figuras geométricas que guardó en el baúl de un taxi.
Siempre la misma cuestión rondando en mi cabeza, como un
insecto que traza rutas de vuelo eternas alrededor de una lámpara. Ya no va a
volver. Eso dijo. Le tengo que creer. Le debo creer. Es solo una consecuencia de
aquel mundo caótico que construimos en estos meses.
La cerveza recorre mis venas, apago la luz y me recuesto
en la cama. Esto no tiene fin. Volver a empezar, necesito solo eso, volver a
empezar. ¿Sería diferente? No. Todo se repetiría con una cadencia metódica.
La vida da giros, de noventa grados, de ciento ochenta,
hasta de trecientos sesenta, y esos son los peores, porque volvemos al mismo
punto, pero nos ganamos un mareo. Sobre eso hablamos antes de que se fuera. Era
una profecía, y ahora estoy aquí, hundido en la espuma, consumido por el
cigarrillo y tirado como cuando todo empezó.
Su partida era inevitable. Estará mejor lejos de mí. Era
la hora. Era el momento. La mujer se ha marchado. Ahora ella buscará con la
intensidad de la vida y yo la buscaré con el peso insostenible de la poesía.
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