miércoles, 21 de marzo de 2018

La Pierna

Por Freddy Bolaños Martínez
Temática libre


La tía Ana siempre fue de los afectos de toda la familia. Por eso, cuando murió como consecuencia de una diabetes crónica, todos la lloramos copiosamente. Quizás el mayor motivo de dolor fue el hecho de que la tía Ana perdió su pierna derecha poco antes de morir. Los médicos amputaron la pierna en un intento desesperado por salvarle la vida, pero al final no sirvió de nada. Muchos de sus familiares llegamos a creer que no valió la pena ese último procedimiento, porque dado el resultado, hubiera sido mejor tenerla completa para sus exequias.

Será por eso que Fernando se decidió a intervenir. Prometió solemnemente a las hermanas y a los hijos de Doña Ana que recuperaría la pierna del hospital y la traería para el último adiós. Los que conocemos a Fernando entendimos que esa promesa iba a ser cumplida a toda costa. Los que no le conocían pensaron seguro que era una fanfarronada, consecuencia de la situación. Pero Fernando no dio mucho pie a las dudas y se puso en acción de inmediato. Contactó a la gente del hospital, y previo pacto clandestino sobre una cantidad adecuada, se acordó que Doña Ana iba a ser enterrada con su pierna.

La cosa es que no era posible que Fernando saliera del hospital con la pierna de la tía debajo del brazo. Fue necesario elaborar un plan completo para poder rescatar la parte faltante del cuerpo de la occisa. Al final se acordó que Fernando se ubicara en una pared por fuera de los linderos del hospital, que limita justamente con aquella sección del parqueadero que no tiene cámaras y que además permanece más bien sola. Uno de los funcionarios del hospital, participante de la conjura, habría de lanzar la pierna por encima de la tapia del parqueadero a las 11:15 p.m. exactamente. El problema es que Fernando no entendió bien las instrucciones de los empleados del hospital y se ubicó a unos veinte metros de distancia de donde efectivamente cayó la pierna. Afortunadamente la parte faltante del cuerpo de Doña Ana estaba envuelta en periódicos y plástico, de modo que aparte de la obvia consternación de Fernando, la cosa no pasó mayores.

El día del entierro de la tía Ana, Fernando fue el héroe. No hubo muchas preguntas. Se sobreentendía lo delicado y difícil del proceso de rescate de la pierna, de modo que nadie se detenía en el embarazo de los detalles. Pero eso no evitaba que Fernando fuese el centro de atención. Más parecía aquello su cumpleaños o una fiesta sorpresa en su honor, que el entierro de la tía. La cosa estuvo más o menos así hasta que el hijo mayor de Doña Ana puso en voz viva lo que todos los demás estábamos pensando: Que sería bueno ver el cuerpo completo, que la aventura de Fernando tenía que ser refrendada con una última vista de la tía completita.

Como si hubiera sido planeado con anterioridad, un par de empleados de la funeraria desacoplaron sin mucho esfuerzo la tapa superior de la caja en la que reposaba la tía, que poseía una ventana pequeñita para ver el torso y la cara del difunto, lo cual sería lo estándar en estos casos. Inmediatamente el cuerpo completo de la tía quedó expuesto, las miradas estupefactas y las cejas levantadas empezaron a apuntar alternativamente al ataúd y a Fernando. La pierna derecha de la tía Ana era más morena y estaba veinte centímetros más larga que la izquierda.

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