Por: Carlos Enrique González Henao
Temática libre
Desperté
cuando la suave luz iluminó mis ojos. Nadie me despertó, ni siquiera el ruido
de los pájaros, ni las alarmas electrónicas. Todo era un extraño pero agradable
silencio. No sabía que día era, ni la hora.
no recordaba nada. Me incorpore y salí de aquella habitación y reconocí
aquella, la casa de mi infancia con sus ventanas grandes y sus cortinas de
colores y aquellos muebles grandes con ese olor a cuero fino. Ese televisor
gigante, aquellos cuartos; todo tan real pero tan extraño. ¿Porque estaba allí?
¿Acaso soñaba? O había soñado el resto de mi vida y esta era solo la realidad.
Mire
hacia la pared y allí se encontraban aquellos retratos de familia, entre ellos,
la pequeña manuela con sus ojos negros y esa sonrisa medio angelical medio
diablilla. Cuantas cosas habían pasado allí. Cuantos secretos guardados para
siempre cuantos pecados guardados en los corazones.
Me
dirigí al cuarto principal y allí dormida estaba ella. Mi condena, mi pecado.
El infierno en un pequeño cuerpo de mujer. Me acerque lentamente la mire como
siempre deseándola tanto, queriendo perderme en aquella piel blanca, en aquella
mirada angelical. Ella que desde que llegó a nuestra casa con la misión de
cuidar a mi abuela, se apodero de mí con aquellos ojos negros que no miraron mi
rostro, se clavaron para siempre en mi alma. Aquella que nunca necesito
pronunciar palabra para llamarme, aquella fuerza que me atraía en aquellas
noches de soledad.
Mire
a mí alrededor como gato acechando, esculque los rincones de la casa solo para
confirmar que esto era cierto. Asegure la puerta y volví donde estaba aún
dormida y acaricie sus cabellos y me embriague de ella mientras ella entreabrió
sus ojos y me miro sonriendo.
- Era real,- me dijo mientras las lágrimas corrían deslizándose por aquella piel suave - ¿Que era real? Pregunté sin entender
- ¿No te es extraño todo? No te das cuenta que ya no necesitamos escondernos como ladrones para estar solos?
- De repente y como si hubiese despertado de un extraño transe comencé a recordar aquella noche, como le encantaba que la durmiera sobre mi pecho y le contara cosas. Tomar aquel vino tinto en el que nos endulzaba los labios para luego devorarlos a besos. Pero esa noche, fue distinta. Después de un trago amargo sentí que caia en un profundo sueño.
- Duerme que ya estaré contigo…fue lo último que escuche mientras caía por aquel abismo donde su voz se iba perdiendo.
- Era real,- me dijo mientras las lágrimas corrían deslizándose por aquella piel suave - ¿Que era real? Pregunté sin entender
- ¿No te es extraño todo? No te das cuenta que ya no necesitamos escondernos como ladrones para estar solos?
- De repente y como si hubiese despertado de un extraño transe comencé a recordar aquella noche, como le encantaba que la durmiera sobre mi pecho y le contara cosas. Tomar aquel vino tinto en el que nos endulzaba los labios para luego devorarlos a besos. Pero esa noche, fue distinta. Después de un trago amargo sentí que caia en un profundo sueño.
- Duerme que ya estaré contigo…fue lo último que escuche mientras caía por aquel abismo donde su voz se iba perdiendo.
Fuertes punzadas sacudieron mi cuerpo y desperté rodeado de personas extrañas. En la cama de al lado reconoci sus manos, aquellas mano… a su lado un medico de turno y una voz fría que congeló mi cuerpo:
Hora
del deceso : 8:45 posible intoxicación por cianuro
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