jueves, 22 de marzo de 2018

El Cadáver

Por: Jhoyner Jesús Salcedo Gómez 
Temática libre 

En el episodio de aquella noche quise entregarle mi vida, vivir el momento como lo último de mis días. Las manos me temblaban. Palidecí. Soñé. Tal vez para ella fue un simple beso. No fue ocasional. Lo tenía planeado. Lo organicé todo en mi mente y cada vez soñaba con ella lo planeaba de muchas formas por si alguna no valía. Quise matar los miedos en un instante.

Habíamos salido del concierto más aburrido de todos. Nunca asistan a un concierto de coro sólo por acompañar al amor de su vida. Es decir, asistan, pero lleven audífonos o algo. Fui porque me lo pidió, porque no tenía mucho en común con ella y quizás ese podría ser el principio de una buena conversación y de muchas historias por contar. Cuando salimos le dije que me había parecido hermoso. Debo agradecer que la cara de felicidad que tenía por la invitación que ella misma me había hecho y no por el resultado del evento, me ayudó a evitar el infortunio. Volvería a ir si ella me invita.

Las excusas para no llegar a la casa nos llevaron a una heladería barata, de esas que cuando acabas de comer y te sobra plata, da la sensación de ganarse la lotería y alegría de sentirse jeque. ¡Ufff todo lo que comimos y me sobró! Es el caso contrario de cuando tienes poco dinero y llegas a un lugar costoso y donde sirven poquito. El lamento es universal: lo que hubiera comido en aquella heladería con lo que me gasté aquí.

Luego de tenerla al frente, decidí sentarme a su lado. Mi actitud de caballero me llevo a preguntar una estupidez (uno sólo tiene derecho a una estupidez por día) que pudo costarme la noche: te puedo besar? Silencio total. Lo supe enseguida y dije: el que calla otorga. La besé. En ese sutil episodio dejé la piel vuelta cenizas, allí maté las tristezas y agonías, el pánico. Allí quedaron penas y alegrías. Tenía la sangre helada, pero con ese beso la sangre volvió a la vida. Fue un minuto, o dos, pero el corazón cobró suspiros ya perdidos. No tengo culpa. Lo disfruté. En ese sutil beso se me fue la vida.

Un simple beso, quizás. Pero morí ese día. Le entregué a ella mi vida. Ahora deambulo por las calles recordando aquel momento. Éste ya no es mi cuerpo y ésta ya no es mi vida. Este es el cadáver andante de quien entregó, entre suspiros y besos, su alma.

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