Temática libre
Alexander vivía en la tranquilidad de la nada, donde
sólo existía el presente, nada de pasados ni nada de futuros, se disfrutaba el
hoy permanentemente. Allí no tenía que levantarse temprano, no iba al baño, no
se bañaba, no tenía que desayunar, no tenía que ir a trabajar, no tenía que ir
a almorzar, no tenía que ir a cenar, no tenía que ir a dormir, nunca se
preocupaba por la comida, por tener dinero, por tener posesiones de ninguna
índole, por ser alguien en la vida, por estudiar, nunca se enfermaba, no envejecía,
no hacía ningún esfuerzo, no sabía de violencia, de contaminación, de escasez,
de excesos, de religiones, de pecados, de Cielos ni de Infiernos, de política, nunca
había sufrido por amor, sabía que jamás moriría y que jamás sufriría los
achaques de la vejez, su existencia en la nada era maravillosa, vivía feliz con
lo que era y a la vez no era.
Pero desgraciadamente todo lo bueno dura poco. Cierto
día una pareja de novios decidieron casarse y tener el anhelado hijo, la
bendición que llenaría de alegría el hogar, el descendiente que no haría perder
el apellido, el nuevo ser que los acompañaría en las buenas y en las malas, que
los cuidaría en la vejez, el que heredaría todos los bienes cuando sus padres
murieran, sin ponerse a pensar en el daño que le harían al nuevo ser vivo al
sacarlo del paraíso en el que residía. Pasaron los nueve meses de embarazo y nació
Alexander entrando a formar parte del mundo material de los humanos, comenzando
desde cero a aventurarse en una dimensión desconocida. Poco a poco fue
creciendo y experimentando su existencia dolorosa, llena de los afanes de la
vida, llena de luchas, de sacrificios, de malestares, de sentimientos
encontrados, de tormentos existenciales. Alexander luego de vivir una
existencia sin igual en la paz de la nada llegó a este mundo terrenal, donde después
de muchos años de esfuerzos, dichas y desdichas, encontraría la muerte un día,
ya sea por alguna enfermedad, por algún accidente, por algún hecho violento o
por los achaques de la vejez. Sabía que sólo el día de su deceso volvería a la
tranquilidad de la nada, de donde nunca debió salir, de donde nunca debió ser
arrancado, lugar que nunca debió abandonar, pero como eso no le correspondía
decidir corrió con la mala suerte que otros sí lo hicieran por él, trayéndolo
sin su consentimiento a los martirios de la vida.
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