miércoles, 14 de marzo de 2018

En la Tranquilidad de La Nada

Por Leodan Andres Otaya Burbano
Temática libre

Alexander vivía en la tranquilidad de la nada, donde sólo existía el presente, nada de pasados ni nada de futuros, se disfrutaba el hoy permanentemente. Allí no tenía que levantarse temprano, no iba al baño, no se bañaba, no tenía que desayunar, no tenía que ir a trabajar, no tenía que ir a almorzar, no tenía que ir a cenar, no tenía que ir a dormir, nunca se preocupaba por la comida, por tener dinero, por tener posesiones de ninguna índole, por ser alguien en la vida, por estudiar, nunca se enfermaba, no envejecía, no hacía ningún esfuerzo, no sabía de violencia, de contaminación, de escasez, de excesos, de religiones, de pecados, de Cielos ni de Infiernos, de política, nunca había sufrido por amor, sabía que jamás moriría y que jamás sufriría los achaques de la vejez, su existencia en la nada era maravillosa, vivía feliz con lo que era y a la vez no era.

Pero desgraciadamente todo lo bueno dura poco. Cierto día una pareja de novios decidieron casarse y tener el anhelado hijo, la bendición que llenaría de alegría el hogar, el descendiente que no haría perder el apellido, el nuevo ser que los acompañaría en las buenas y en las malas, que los cuidaría en la vejez, el que heredaría todos los bienes cuando sus padres murieran, sin ponerse a pensar en el daño que le harían al nuevo ser vivo al sacarlo del paraíso en el que residía. Pasaron los nueve meses de embarazo y nació Alexander entrando a formar parte del mundo material de los humanos, comenzando desde cero a aventurarse en una dimensión desconocida. Poco a poco fue creciendo y experimentando su existencia dolorosa, llena de los afanes de la vida, llena de luchas, de sacrificios, de malestares, de sentimientos encontrados, de tormentos existenciales. Alexander luego de vivir una existencia sin igual en la paz de la nada llegó a este mundo terrenal, donde después de muchos años de esfuerzos, dichas y desdichas, encontraría la muerte un día, ya sea por alguna enfermedad, por algún accidente, por algún hecho violento o por los achaques de la vejez. Sabía que sólo el día de su deceso volvería a la tranquilidad de la nada, de donde nunca debió salir, de donde nunca debió ser arrancado, lugar que nunca debió abandonar, pero como eso no le correspondía decidir corrió con la mala suerte que otros sí lo hicieran por él, trayéndolo sin su consentimiento a los martirios de la vida.

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