martes, 20 de marzo de 2018

El Juego de Marcel

Por Carlos Andrés Valencia Peláez
Temática libre


Marcel limpió los lentes que corregían su miopía y tomó asiento en el mesón de la esquina. Saludó a la camarera. Desconocía su nombre, pero le resultaba más familiar que muchos compañeros de oficina. Le pidió un tinto. Luego de acomodarse ojeó un libro de Ítalo Calvino e imaginó una frase que concluía su posición frente a un género musical: “ese sonido es como tener intimidad con una meretriz. Puede ser bueno, pero allí no hay nada”. 

Contempló el pocillo dispuesto en la mesa. Notó el vapor en el recipiente y evocó una noche cuando pronunciaba palabras inconexas que imaginaba viajarían a un lugar indeterminado donde le esperarían. Luego sobrevino otra ocurrencia. Si el humo era parte del tinto este poseía todas las propiedades de la materia. Bastaría un alquimista que produjera una infusión gaseosa que aumentara los efectos de la cafeína. Así eran sus pensamientos, genuinos, pero inconsistentes. Pronto encontró otras disertaciones: la desconcertante conducta de la paloma que no huía de los hombres, como era natural en las aves o, el telediario que desde la sección de farándula evidenciaba la visión parcializada de la realidad.

Intentó asir el pocillo y en un movimiento torpe casi lo arroja al piso. Este segundo de exaltación lo comparó con un efecto ralentí, que le permitió captar el desplazamiento de parte de su bebida hacia la mesa plasmando una forma comparable con la técnica del salpicado. Alzó la vista y una mujer atrajo su atención. Aquella presencia establecía límites claros en relación con el contexto y Marcel pretendía asumir el rol de crítico que saciaba su pulsión voyerista, aunque le angustiaba contar con pocos segundos antes de perder a su protagonista de escena. Intento generar algún tipo de recuerdo escópico en un ejercicio condenado al fracaso por la imposibilidad de aprehender todos los detalles anhelados.

De súbito, aún para quien reconoce que estas situaciones suelen ocurrir, la mujer giró el rostro y le atrapó con la mirada, como una medusa. Se supo descubierto en su espionaje, petrificado. El goce se convirtió en vergüenza, en desnudez. Tuvo la impresión de que no eran solo aquellos ojos sino los de otros transeúntes los que habrían desenmascarado su secreto y aquel sitio devino en una versión invertida del panóptico. El juego había terminado. Agachó la cabeza y esperó mientras su cuerpo regulaba la temperatura. Marcel canceló la cuenta. Reanudó la ruta hacia el trabajo donde cumpliría con sus funciones frente a un ordenador. Recuperó la calma y suspiró: “hoy es otro día de rutina”.

5 comentarios:

  1. La mirada, la rutina, la individualidad y el mundo interno de cada ser....

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  2. Excelente cuento. Narra muy bien lo que muchos hemos sentido en algún momento de la vida, enmarca la forma como nuestros sentidos influyen en el pensamiento y en nuestros actos.

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  3. Genial el cuento, logra conectarlo a uno con la narrativa.

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    1. es un exelente relato de las persepciones que nos sucita la cotidianidad, logrado en pocas palabras... cada una de estas sensaciones popdria ser otro cuento. gracias carlos.

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  4. Buen cuento, buena redacción. Expresa de una bella manera una situación cotidiana, pero particular...

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