Temática libre
Marcel
limpió los lentes que corregían su miopía y tomó asiento en el mesón de la
esquina. Saludó a la camarera. Desconocía su nombre, pero le resultaba más
familiar que muchos compañeros de oficina. Le pidió un tinto. Luego de
acomodarse ojeó un libro de Ítalo Calvino e imaginó una frase que concluía su
posición frente a un género musical: “ese sonido es como tener intimidad con
una meretriz. Puede ser bueno, pero allí no hay nada”.
Contempló
el pocillo dispuesto en la mesa. Notó el vapor en el recipiente y evocó una
noche cuando pronunciaba palabras inconexas que imaginaba viajarían a un lugar
indeterminado donde le esperarían. Luego sobrevino otra ocurrencia. Si el humo
era parte del tinto este poseía todas las propiedades de la materia. Bastaría
un alquimista que produjera una infusión gaseosa que aumentara los efectos de
la cafeína. Así eran sus pensamientos, genuinos, pero inconsistentes. Pronto encontró
otras disertaciones: la desconcertante conducta de la paloma que no huía de los
hombres, como era natural en las aves o, el telediario que desde la sección de
farándula evidenciaba la visión parcializada de la realidad.
Intentó
asir el pocillo y en un movimiento torpe casi lo arroja al piso. Este segundo
de exaltación lo comparó con un efecto ralentí, que le permitió captar el
desplazamiento de parte de su bebida hacia la mesa plasmando una forma comparable
con la técnica del salpicado. Alzó la vista y una mujer atrajo su atención.
Aquella presencia establecía límites claros en relación con el contexto y
Marcel pretendía asumir el rol de crítico que saciaba su pulsión voyerista,
aunque le angustiaba contar con pocos segundos antes de perder a su
protagonista de escena. Intento generar algún tipo de recuerdo escópico en un
ejercicio condenado al fracaso por la imposibilidad de aprehender todos los
detalles anhelados.
De
súbito, aún para quien reconoce que estas situaciones suelen ocurrir, la mujer
giró el rostro y le atrapó con la mirada, como una medusa. Se supo descubierto
en su espionaje, petrificado. El goce se convirtió en vergüenza, en desnudez.
Tuvo la impresión de que no eran solo aquellos ojos sino los de otros
transeúntes los que habrían desenmascarado su secreto y aquel sitio devino en
una versión invertida del panóptico. El juego había terminado. Agachó la cabeza
y esperó mientras su cuerpo regulaba la temperatura. Marcel canceló la cuenta.
Reanudó la ruta hacia el trabajo donde cumpliría con sus funciones frente a un
ordenador. Recuperó la calma y suspiró: “hoy es otro día de rutina”.
La mirada, la rutina, la individualidad y el mundo interno de cada ser....
ResponderEliminarExcelente cuento. Narra muy bien lo que muchos hemos sentido en algún momento de la vida, enmarca la forma como nuestros sentidos influyen en el pensamiento y en nuestros actos.
ResponderEliminarGenial el cuento, logra conectarlo a uno con la narrativa.
ResponderEliminares un exelente relato de las persepciones que nos sucita la cotidianidad, logrado en pocas palabras... cada una de estas sensaciones popdria ser otro cuento. gracias carlos.
EliminarBuen cuento, buena redacción. Expresa de una bella manera una situación cotidiana, pero particular...
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