miércoles, 21 de marzo de 2018

Fragmento Carmesí

Por Mauricio Alejandro Montezuma Coronel
Temática libre


Todos los días ese maldito pájaro rojo picoteaba la ventana del salón, mis amigos y el maestro parecían no verlo, o no notarlo tanto como yo. Entonces intenté averiguar las razones que podía tener un ave para molestar una ventana a diario, a la misma hora e incesantemente.

Luego de no tener información relevante descubrí que no era un comportamiento normal. Concluí que ese animal golpeaba el vidrio por simple fascinación.

La primera vez que apareció fue en cuarto grado, mi primera impresión fue de sorpresa, pero el ave me seguía al salón donde vería mis clases cada año. Entonces llegó a ser algo inquietante, pues no podía evitar sentirme observado a cada momento. Creía que alguien estaba muy pendiente de mí, de lo que hacía y decía, por ello siempre limitaba mis acciones frente al ave.

El trece de octubre de mi séptimo grado escolar, el ave llegó como habitualmente lo hacía y al dar el primer picotazo rompió el panel de cristal cayendo al suelo con mucha fuerza. Sus líquidos y entrañas se mezclaron con los vidrios rotos en el suelo. Recuerdo haber sentido un vacío profundo en mi cuerpo, un malestar que nunca había experimentado y al mismo tiempo una sensación de libertad.

Al llegar a casa ese día, mis padres no estaban, así que pasé toda la tarde solo, hasta que llegaron por la noche, destrozados e hinchados en lágrimas

En la mañana, mis padres y mi hermano salían de casa a dar un paseo en el auto, mamá había dejado al bebé en el césped para regresar por sus llaves  mientras papá sacaba la camioneta. Al salir, mi madre trató desesperadamente de detener el movimiento del móvil y con sus puños desnudos había roto la ventana izquierda. Mi hermano había caminado hasta el auto, desconociendo el peligro que significaba estar detrás de la máquina. El ruido del motor no le permitió a mi padre escuchar los gritos de un bebé siendo aplastado.

Un accidente muy trágico. Un acto en el que el pequeño protagonista resulta muy malherido y cubierto con vidrio fragmentado.

Durante tres años quise que el ave desapareciera. No sabía que estaba deseando la muerte de mi único hermano.

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