Temática libre
Érase
un hombre cuya vida tenía sentido. Había discurrido, en torno a la razón de su
existencia, largo y tendido. Su finitud representaba para él un significante
distinguido. Siempre se preguntaba: “¿Qué haré con el tiempo que se me ha
concedido?”
Un
día, no obstante, le vio el rostro a la Muerte. Teniéndola tan de frente como
nunca, pensó: “¡Vaya suerte!” La parca, dulce y afable, le dijo: “Bonito día
escogí para verte.” El hombre, sin saber si reír o llorar, respondió: “Hermoso
día, ciertamente.”
El
Caronte terrible se sintió conmovido. No porque fuera su naturaleza el ser
indulgente. Más bien, uno diría que era un sinvergüenza indolente. Pensó: “Le
daré una oportunidad para esquivar el olvido.”
Y
fue así que nuestra vieja amiga inquirió lo siguiente: “Toda tu vida la has
vivido en función de la muerte: es por la consciencia de tu finitud que has
decidido vivir intensamente. Y ahora, hete aquí, de frente a mí, insensato
valiente, te hago la más obvia de las preguntas: ¿Qué es la muerte?”
Nuestro
héroe se sintió bastante afligido. “¿Qué es este acertijo?”, preguntó
confundido. “Naturalmente, la muerte eres tú. ¿Acaso me he distraído? Eres
Nada, eres aquello que, en vida construido, en oscuridad eterna ahora está
perdido.”
Epílogo
Mas,
¡ay de ti, gallardo hombre! Pues afirmas impávido: “Muerte es Nada”, o ya:
“Muerte es eternidad”. Y bien, ¿cuándo conociste a la eternidad, o a la Nada?
Harías bien en recordar que eres esclavo, siervo de un cruel señor quien, en su
naturaleza, no da cabida a cosa semejante a la misericordia. Una criatura tan
patética como tú, pequeño dios, está perpetuamente condenada a existir bajo el
yugo del lenguaje. “Así pues, por la presente, te revoco de tu nombre”, sentenció
la parca.
De
esto nunca se volvió a hablar, y no queda de ello el más mínimo registro.
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