miércoles, 21 de marzo de 2018

Encomio

Por Sergio Andres Ospino Ricardo
Temática libre


Érase un hombre cuya vida tenía sentido. Había discurrido, en torno a la razón de su existencia, largo y tendido. Su finitud representaba para él un significante distinguido. Siempre se preguntaba: “¿Qué haré con el tiempo que se me ha concedido?”
Un día, no obstante, le vio el rostro a la Muerte. Teniéndola tan de frente como nunca, pensó: “¡Vaya suerte!” La parca, dulce y afable, le dijo: “Bonito día escogí para verte.” El hombre, sin saber si reír o llorar, respondió: “Hermoso día, ciertamente.”
El Caronte terrible se sintió conmovido. No porque fuera su naturaleza el ser indulgente. Más bien, uno diría que era un sinvergüenza indolente. Pensó: “Le daré una oportunidad para esquivar el olvido.”
Y fue así que nuestra vieja amiga inquirió lo siguiente: “Toda tu vida la has vivido en función de la muerte: es por la consciencia de tu finitud que has decidido vivir intensamente. Y ahora, hete aquí, de frente a mí, insensato valiente, te hago la más obvia de las preguntas: ¿Qué es la muerte?”
Nuestro héroe se sintió bastante afligido. “¿Qué es este acertijo?”, preguntó confundido. “Naturalmente, la muerte eres tú. ¿Acaso me he distraído? Eres Nada, eres aquello que, en vida construido, en oscuridad eterna ahora está perdido.”
Epílogo
Mas, ¡ay de ti, gallardo hombre! Pues afirmas impávido: “Muerte es Nada”, o ya: “Muerte es eternidad”. Y bien, ¿cuándo conociste a la eternidad, o a la Nada? Harías bien en recordar que eres esclavo, siervo de un cruel señor quien, en su naturaleza, no da cabida a cosa semejante a la misericordia. Una criatura tan patética como tú, pequeño dios, está perpetuamente condenada a existir bajo el yugo del lenguaje. “Así pues, por la presente, te revoco de tu nombre”, sentenció la parca.
De esto nunca se volvió a hablar, y no queda de ello el más mínimo registro.

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