Temática libre
Me
encontraba una mañana cocinando mi desayuno, preparándome para salir a
trabajar, mientras permitía a mi mente divagar en pensamientos sin importancia;
cuando, como por arte de magia o intervención divina, llegué a una interesante conclusión:
Todos somos inmortales.
Debo
aclarar, primero que todo, que no me refiero a una vida después de la muerte,
sea reencarnación o el divagar eterno de nuestras almas en algún otro plano de
la existencia. No, yo hablo de algo
mucho más mundano, algo que se deriva de cierto comentario recurrente que se
hace a menudo sobre los últimos segundos que tiene una persona antes de
fallecer.
“Al
morir, vemos nuestra vida pasar ante nuestros ojos”. Todos hemos escuchado
alguna vez ese comentario y, asumiendo que sea cierto, esto significa que,
justo antes de morir, vemos nuestro nacimiento y crecer, nuestras victorias y
derrotas, nuestras falencia y virtudes, nuestras dichas y tristezas, nuestros
amores y despechos; vemos, segundo a segundo, cada momento de nuestra
existencia, repasamos sin descanso cada instante de nuestra vida, hasta volver
al punto exacto de nuestra muerte… donde, según esta lógica, recordaríamos que
estábamos recordando, y volvería a empezar el ciclo. Recordaríamos toda nuestra
vida, una y otra vez, alargando infinitamente ese último segundo antes de morir,
viviendo eternamente en ese último suspiro de vida que escapa de nuestros
labios… así que, ¡ey, somos inmortales!
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