miércoles, 21 de marzo de 2018

Divagando: Contemplación

Por Juan José Guerrero Gallego
Temática libre

Era la mañana. Mañana de cielo azul. Decididamente azul. Soleada. Con nubes dispersas, como lunares perdidos en un rostro que olvidó hace poco. Un rostro que significaba el mundo y nada. Un rostro que tenía alojado en un rincón oscuro pero lleno de luz en su difusa mente.

Los pájaros se deshacían en grititos fugaces. Perdidos. Confusos. Armónicos. Disonantes. Saltaban de rama en rama. Vampiros florales y devoradores de frutos fragantes. Pequeños, se confundían con las sombras de los vapores matinales del rocío de madrugada, disipándose en la nada etérea de la mañana.

Deseó ser augur. Leer el vuelo de los pájaros y desentrañar el todo y la nada. La sazón y la desazón. Deseó ser augur. Escuchar los suspiros de las deidades ctónicas, sincronizarse con ellos. Extraer su significado y darle fluidez a la nada melancólica que dotaba de formas a su alma. Pronosticar y entender que el absurdo y la vida son uno, inseparables. Vivir con esa revelación. Aceptarlo. Descargarse de esperanzas inútiles. Dejarle a Atlas eso de cargar el mundo. Prepararse para disolverse. Dejar hacer. Dejar pasar.

Pronto regresó a la calma tediosa de su vida, como todos los días, mientras la idea del desayuno crecía en su cabeza y la nada melancólica seguía su flujo imperceptible e imperturbable en su cabeza.

Era la tarde. Cielo encapotado. Tímidamente gris. Opaca. Nubes perezosas lo cubrían todo con una desidia cenicienta. Se palpaba saudade. La gente se iba deshaciendo como gotas de una leve lluvia en un estanque, como veneno vertido en vino. Una idea enquistada como espina, rondaba y rondaba en su dispersa mente.

Había silencio. Silencio en las copas de los árboles. Silencio en un solitario vaso de cerveza en el suelo. Perdía efervescencia. Su alma se elevaba en haces erráticos, como humo escapando de un cigarro a medio encender.

Lentamente la ciudad perdía su bulla incesante, como de panal de avispones malhumorados. Llegaba la noche. Deseó ser éter. Disiparse. Ser todo y nada a la vez.

Regresó a la anónima calma de la vida de nadie, como todos los días. A pensar en que deparaba el encender de las lámparas del alumbrado nocturno. A esperar la luna. Tal vez hoy si venga. Tal vez si espere. Tal vez llueva. Tal vez simplemente duerma.

Tal vez simplemente sean los augurios de la nada de toda la vida. Una calma incesante que no da sosiego. Sosiego en la oscuridad. Esperar la mañana. Para que el ciclo reinicie.

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