viernes, 23 de marzo de 2018

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Por Ricardo Jota
Temática libre


Los negros y blancos se pelearon en Londres durante la primavera de 1851. La riña desfiguró el tacto de la guerra con sacrificios extravagantes y pretendió coronar a los parciales vencedores como inmortales; pese a la evidente mortalidad que expusieron sus inmolados compañeros. El mundo se hizo cómplice de nuevas y cruentas batallas, fueron nuevos los escenarios, nuevas las formas descubiertas pero siempre la misma bronca alimentando la atrocidad. De La Habana a Nueva York y de Moscú a Berlín se pintó de blanco y negro la efigie de la guerra. Bastaba con limpiar las masacres para comenzar de nuevo.

La humanidad misma perdió la memoria de cuantas batallas se habían librado, se dejó confundir en algo que parecía haber acompañado toda su historia y estar soldado sin remedio a su naturaleza. Pero para aquellos que saben recordar, sigue viva la mirada que desde d2 supo interpretar como iguales a los rivales que aguardaban al frente, alineados por los mismos miedos coloreados de otro tono. Es el recuerdo del apenas instante, del discurso que plasmó la más breve batalla posible, la que termina sin haber empezado.

- ¡Nos tratan como peones! Pero si miramos atrás, a un paso está el Rey.

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