jueves, 22 de marzo de 2018

Mientras Escampa

Por: Diana Fernanda Collazos Cortés 
Temática libre

Esperábamos a que dejara de llover. La había invitado a sentarse conmigo luego de verla parada un rato mirando el agua caer afuera de la panadería. Era una niña como yo, de más o menos diez años. Llevábamos algunos minutos de incomodo silencio. Ella detallaba una mancha de café sobre la mesa, y yo, las opacas luces del techo. 

De pronto, una mujer de grandes proporciones, con un gran escote en el pecho y unos tacones de unos veinte centímetros, entró corriendo a la panadería seguida por un hombre, no menos gordo que ella, que llevaba la camisa un poco desabotonada mostrando los vellos de su pecho, y una inflada barriga cuarentona. 

Ella se paró junto al mostrador, con los pantalones tan apretados que apenas si le cerraban, señalándole al muchacho que atendía lo que iba a comer. El hombre hizo lo mismo después de ella y pagó. Sólo los observaba porque en realidad no tenía más a donde mirar, cuando de repente la mujer se sentó en una de las butacas de la barra y dejó a la vista su roja, estirada y corta sangre: tanga. 

¡Era abrumador! ¡Los gordos se hinchaban y sobresalían entre las apretadas amarras que suponían las tiras del calzón!

No pude evitar soltar una carcajada. Y la niña no pudo ignorar mi risa. Me miró temerosa, tal vez pensando que me burlaba de ella. Entonces se me ocurrió una idea. Me saqué el recibo arrugado de los panes del bolsillo y lo fui acercando al borde de la mesa.

«Cuando deje caer el papel, te agachas para recogerlo y disimuladamente miras a la barra» le susurré.

Pareció confundida mientras tiré ‘accidentalmente’ el papel. Ella se quedó viéndome sin hacer nada. Le insistí con señales para que lo levantara y, finalmente, se agachó a recogerlo del suelo. Volteó la cabeza y a través de un espacio entre su largo cabello, observó lo que yo quería que viera. 

Se levantó muy rápidamente después de verlo y se le puso la cara toda roja.

«Yo digo, ¿qué debe sentirse tener una cuerda atravesándote la cola? ¿Imaginas como huele?» dije abriendo mucho mis ojos.

Entonces los suyos, que habían permanecido nublados como el cielo de esa tarde, se achinaron en conjunción a una pequeña sonrisa, que precedió una sonora carcajada.

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