Temática libre
Él la esperaba mientras
miraba a la bella y pálida dama, reina de la fría noche. El anhelo de un nuevo
encuentro, la angustia de su tardanza, la esperanza de otro beso.
La felicidad de su
llegada, ambos corren al encuentro. Sus respiraciones se agitan y frente a
frente se miran.
La pálida reina se
refleja en los ojos de ella y en esos ojos el mundo ya no existe, solo existe
él.
Y entonces… juegan.
Se persiguen, se empujan,
se acarician, se hieren y se ríen.
La noche se escapa como
el agua entre las manos. Exhaustos, espaldas al suelo, sus dedos se entrelazan
y juntos contemplan los nocturnos luceros en su retirada.
Sus rostros se ruborizan cuando ella, sin previo aviso,
posa sus finos y rosados labios en la tersa mejilla de su infantil compañero.
Sus manos se separan
desconsoladas.
-¿es la última vez? –
pregunta él.
-sí.
Brotan las lágrimas, no
llores mi niño, ella tiene un regalo para ti.
Con sus ochoañeros pulgar
e índice en torno a la reina nocturna, ella rasga el firmamento como si de un
tejido de seda se tratara.
- Adiós.
- No te vayas todavía.
- No me voy, estoy en tus manos.
- ¿al menos me dirás como se llama este juego?
- Se llama amor.
- No te vayas todavía.
- No me voy, estoy en tus manos.
- ¿al menos me dirás como se llama este juego?
- Se llama amor.
Y así, la pálida reina,
cautiva como una canica, simboliza el recuerdo de las noches de nunca jamás.
Me pareció genial, llega.
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