Por: Laura Manuela Paucar Bedoya
Temática libre
Ella entró a la
oficina y comenzó el ritual. Aún con miles de armas, sólo con aquel cuerpo no tendría
adversario posible en un mundo de hombres. Tomó asiento y cruzó las piernas. Era
irresistible, llevaba una minifalda que permitía ver más de lo prudente. Sin
embargo permaneció allí como pasmada. Él lo notó y aunque le extrañó un poco,
la ansiedad lo llevó buscar cualquier tema para proseguir. El clima, el cielo,
lo que fuese. Entonces vio ese espectacular atardecer, que sabía era fruto de
la consciencia de su próxima hora: azul intenso, nubes blancas y el horizonte
colorado. Lo describió para ella. Pero cuando alejó su vista de la ventana se
dio cuenta de que la mujer permanecía sentada con sus ojos fijos en él, aunque
reflejando el firmamento que salía de sus palabras. Dudó por un instante si aún
seguía con vida, pues aquellos ojos eran más parecidos al cielo de quienes
creen en un dios.
Pero intempestivamente ella se puso de pie y lo retornó a la realidad, caminando hacia él mientras se mordía los labios. Se detuvo un tanto como si dudase, pero, antes de poder dar marcha atrás, lo besó. Él, estupefacto y desarmado, sólo fue presa de sus caricias. No hubo nada más que hacer. Ella se dejó desnudar el cuerpo, pero también el alma. Se lo hizo con rabia y al mismo tiempo con una ternura, que estremeció su corazón como nunca nada lo había hecho antes. Había anhelado por mucho tiempo ese instante, la hizo suya con lujuria y amor. Cubiertos de sudor, jadeantes de placer. Él sabía la razón por la que ella se encontraba allí, su jefe era un hombre radical que jamás perdonaba una traición y ella, venía a saldar las cuentas pendientes. El momento había llegado, la tomó por la cintura y la embistió fuerte contra ella mientras la veía sumergirse en el éxtasis de un orgasmo.
Después, todo fue silencio. Sus ojos se encontraron entre el gris del atardecer que se convertía en una fría noche. Luego, ella se acercó a él y lo besó con pasión y entonces lo escuchó decir “Te amo”. Una lágrima corrió por su mejilla mientras él la miraba, impávido, aguardando. “Lo sé, también te amo” le dijo ella, mientras con una rapidez sobrehumana que solo años de práctica pueden conceder, le zanjaba la garganta con una navaja. El hombre sonrió antes de quedar inerte sobre el sillón con la mirada perdida en el horizonte.
La mujer se organizó, no sin advertir una nota con su nombre sobre el escritorio, en la que leyó: “Siempre te amé, pero eres inalcanzable. Sabía que serías tú la encargada de vengar mi traición y sabía que serías mía antes de hacerlo. Aun así, tú no me has asesinado, yo me he suicidado porque la muerte nada importa, por un instante en tus labios”
Pero intempestivamente ella se puso de pie y lo retornó a la realidad, caminando hacia él mientras se mordía los labios. Se detuvo un tanto como si dudase, pero, antes de poder dar marcha atrás, lo besó. Él, estupefacto y desarmado, sólo fue presa de sus caricias. No hubo nada más que hacer. Ella se dejó desnudar el cuerpo, pero también el alma. Se lo hizo con rabia y al mismo tiempo con una ternura, que estremeció su corazón como nunca nada lo había hecho antes. Había anhelado por mucho tiempo ese instante, la hizo suya con lujuria y amor. Cubiertos de sudor, jadeantes de placer. Él sabía la razón por la que ella se encontraba allí, su jefe era un hombre radical que jamás perdonaba una traición y ella, venía a saldar las cuentas pendientes. El momento había llegado, la tomó por la cintura y la embistió fuerte contra ella mientras la veía sumergirse en el éxtasis de un orgasmo.
Después, todo fue silencio. Sus ojos se encontraron entre el gris del atardecer que se convertía en una fría noche. Luego, ella se acercó a él y lo besó con pasión y entonces lo escuchó decir “Te amo”. Una lágrima corrió por su mejilla mientras él la miraba, impávido, aguardando. “Lo sé, también te amo” le dijo ella, mientras con una rapidez sobrehumana que solo años de práctica pueden conceder, le zanjaba la garganta con una navaja. El hombre sonrió antes de quedar inerte sobre el sillón con la mirada perdida en el horizonte.
La mujer se organizó, no sin advertir una nota con su nombre sobre el escritorio, en la que leyó: “Siempre te amé, pero eres inalcanzable. Sabía que serías tú la encargada de vengar mi traición y sabía que serías mía antes de hacerlo. Aun así, tú no me has asesinado, yo me he suicidado porque la muerte nada importa, por un instante en tus labios”
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