jueves, 22 de marzo de 2018

Un Juego de Luz y de Sombra

Por: Sara Manuela Nieto Lopera 
Temática libre 

Miré al espejo, esperando ver el reflejo de mi cuerpo ultrajado por la falta de sueño, como
quien espera ver un rostro familiar cuando asoma la cabeza por el hueco de un ataúd; y en
cambio se encuentra un rostro que reconoce pero que le resulta dolorosamente ajeno. Miraba
yo el reflejo que era mío pero que no reconocía como tal. Tal vez era un juego de luz y de
sombra; teniendo el cuarto sólo una diminuta ventana por la que se filtraba apenas algún rayo
de luna; y la bombilla, que no estaba encendida por lo molesta que resultaba en medio de la
noche; no molesta para alguien más — no habría otra presencia consciente a esa hora de la
madrugada en la misma casa o la misma cuadra — , molesta para mí y mi lectura, porque no
habría podido yo perderme de igual manera en ese escrito de Dickens sin una apropiada
atmósfera para dejar las letras tomar forma. Tal vez fueran mis ojos cansados, cada vez más
estropeados por los años de lecturas descuidadas. Tal vez el espejo estaba sucio. Tal vez yo
había caído dormida y era un sueño; o mi alma desprendiéndose de mi cuerpo como aseguran
posible los conocedores. Fuese lo que fuese, veía yo en el espejo un torso blanco, de bordes
muy afilados y muy delgados, que casi se perdía bajo la tela blanca que lo cubría, un cuello
que parecía demasiado largo tal vez por lo delicado del cuerpo; un rostro de expresiones
asombradas y ojos brillantes, ojos desquiciados, ojos devoradores; afanosos de encontrar una
pizca de realidad que pudieran desgarrar, o de la que pudieran aferrarse. ¿Imploraban esos
ojos cordura? Me encontré a mí misma viendo mi reflejo en el espejo cuando el sol irrumpió
por la ventana; y presencie el momento en que esos maravillosos ojos negros perdieron el
brillo y algo más; y se cerraron y volvieron a abrir para encontrarse en una habitación vacía,
con un cuerpo magullado, con unos pensamientos que parecieran haberse perdido los eventos
de la última noche; y no recordaba si acababa de despertar o no, si había estado soñando o
por qué mis pies dolían tanto. No recordaba la locura o la cordura que me había acompañado
durante la noche; y sin mayor cuestionamiento empecé el día y lo terminé. Me atrapó la
noche metida en las letras de algún libro. Y luego me encontré con unos ojos brillantes en el
espejo, y con que el recuerdo perdido nunca se había ido. Es imperativo que escriba ahora
mis memorias, pues el amanecer está por llegar, y será este escrito la prueba definitiva de mi
cordura, de mi locura; así que incluso si debo perder valiosos minutos de admiración, el
escrito debe ser terminado, pues llegará la mañana y perderé el brillo; incluso si lo recupero
cada noche; cometeré suicidio si tengo que vivir condenada al olvido.

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