martes, 20 de marzo de 2018

Un Amarillo Recuerdo

Por Mauricio Bedoya
Temática libre


Los dos, en la habitación de un apartamento rodeado por árboles, al hacer el amor, dejamos de ser niños para comenzar a volvernos viejos. Un guayacán estaba encendido, sus flores amarillas caían como avioncitos piloteados por suicidas, aliviando un poco el temor que no sabía cómo salir del pecho de cada uno de nosotros. No supe entender la belleza de todo lo que pasó aquella tarde: tú, los árboles, las flores cayendo y el viento que, como un susurro salido por los labios de un gigante que quiere apagar una vela, refrescaba el calor de la entrega.

─Te amo ─dijiste, con una sinceridad que dolía.

Aunque lo sueñe, las flores nunca volverán a su rama, pero en mi mente el pasado es ahora; y el recuerdo de aquel momento plagado de tu aroma, de la ingenuidad de tu cara y de la blancura de tu vientre como un lienzo sobre el cual dibujar un amor eterno, se convierte en mi recompensa y mi castigo. El guayacán que contemplo a través de mi ventana me hace recordarte cada que sus ramas se encienden como un sol, y la memoria me dice que tuve uno de los momentos más bellos que una especie liberada del instinto puede alcanzar; pero en el hombre la primera vez suele ser impulso, orgullo, y en la mujer en cambio el ofrecimiento del alma.

Cada flor que miro es una lágrima, una estrella, y mi vida, una penumbra que solo se vence con el resplandor empalagoso de un árbol que lleva tu nombre.

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