Temática libre
Azuladas pulsaciones de vivacidad en el cielo, rojizas
aquellas nubes tímidas, verdosas las praderas que surcaban las figuras y formas
de las planicies, una estructura fría, áspera, gris en todo aspecto, junto a
este espacio encerrado por las grandes masas de agua que enmarcaban belleza. El
atardecer sucumbió en los brazos de la noche, y con el llegaron Sofía y Marco,
admirando desde el gigante inmóvil el inverosímil puntillismo, producto de
lejanos astros y cometas, del misticismo oscurecido en la penumbra del sol. Las
horas se hicieron cortas por tantas memorias escondidas, fotos tachadas, viejos
libros y besos juguetones, pero con el alba cobrando el puesto que le fue
arrebatado, ambas sombras desaparecieron escabulléndose en la sombra del olvido.
En la ciudad, las estrellas pasan desapercibidas, el
cielo suele ser un estorbo y los colores pasaron a ser una propiedad de los
edificios; Sofía no se había percatado de ello hasta que su mamá le llamo,
recordándole que hace diez años en este mismo verano, donde la poesía de las
centelleantes voces de la noche iluminaban el firmamento, se había mudado,
ahora es convertida en vil oscuridad iluminada con fines publicitarios. Días
después, Sofía emprendió el viaje de regreso a casa, impregnada con el olor a
mar, con el pequeño rubor que le hacia el sol.
Era tal y como lo recordaba, praderas coloridas, aguas
verdosas, transparentes, sublimes; el paso del tiempo claramente hizo algo en
su morfología, la vieja antena, se veía aun más endeble, las playas, un poco
más pequeñas, incluso algunas casas se deshacían, nada está exento del paso del
tiempo. Esa misma tarde, la chica con cabellos de fuego, se enteró de la
perdida que concibió el destino, Marco murió hace ya cinco días, ella primero
se puso azul, luego roja, por ultimo blanca, mucho más blanca que la nieve,
rememoró cada moretón, cada sonrisa, cada mirada coqueta, sollozó por cada
enojo y cada sincera disculpa.
Subió lentamente en la vieja antena, el crepúsculo
resaltaba el esplendor del mar, el viento agitaba su cabellera rojiza, pero lo
que no sabía es que se estaba cayendo, quien diría que la última vez que lo vio,
fue cuando tenían doce años, y quien diría, que esa gran antena, sólo tenía dos
metros de altura.
muy bueno
ResponderEliminarChevere
ResponderEliminarGenial!! Manita arriba :)
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