Por: Elizabeth Garcés Isaza
Temática libre
Un
puñado de palomas blancas han resuelto protestar contra las gallinas, con
quienes tienen que compartir el maíz, ahora escaso, pues estas últimas son
desmedidas y han agotado el precioso grano antes que
las matas de la próxima cosecha muestren sus primeras espigas. Tal
inconformidad llevó a las palomas a robar el maíz que les quedaba y almacenándolo
en un alto silo se asentaron en el borde de la estructura rodeándolo sin dejar
espacio entre ellas y con la cabeza inclinada hacia el exterior esperaron la llegada
de sus hambrientas rivales. Dios, desde las alturas, divisó la obra de las palomas,
lleno de gracia por la imagen de ese centro amarillo rodeado de nacarados
pétalos convirtió silo y maíz y palomas en flor.
El
hombre detesta las margaritas, dice que no son más que un girasol desteñido que
despide un mal olor. A mí me agradan pero el tío Alfredo ha prohibido que las sembremos
en el jardín. Él se levanta más temprano que todos en este lugar, cuando ni
siquiera ha empezado a clarear se va por un camino en medio del monte y al
regresar entra en un cuarto pequeñito de la casa, allí tiene un viejo armario
que nunca abre en presencia de alguien.
Hace
unos días el tío estuvo alicorado, lo recogí en la taberna, mientras lo llevaba
en hombros me contó que amó a una mujer mucho más de lo que amó a su esposa y
que la última vez que la vio fue en un sueño, ella pintaba sobre un lienzo dos
margaritas: una fresca y otra marchita.
Hoy ha
muerto el tío Alfredo, necesitamos vestirlo con ropas adecuadas para esta despedida
en la que llevará siempre el mismo vestido y a la vez no vestirá nada nunca más,
pero el tío es pobre como todos en esta casa y no tiene mucho con lo cual
podamos hacer algo así que tomé las llaves del desvencijado armario cuyo
interior solo él conocía, tal vez allí encontraría un traje o algo de valor
para comprar uno. Al abrir la roída puertecilla hallé que el único contenido
del mueble es un vaso donde reposan dos margaritas: una fresca, la otra
marchita.
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