jueves, 22 de marzo de 2018

Sobre Ruedas

Por: Christian Roviro Portilla Caicedo 
Temática libre 

Intento imaginar qué hay más allá de la oscuridad y del olvido, qué me encontraría afuera si decidiera salir de este agujero negro por mí propia cuenta, aunque de hacerlo, rompa las leyes naturales. Y qué más da, ni siquiera puedo moverme, este lugar es demasiado estrecho para tantos recuerdos desechados. Aunque aquí nunca amanece, con el tiempo descubrí cómo saber cuándo amanece arriba. Basta con escuchar el rechinar de la puerta y los buenos días de la mujer con el desayuno. Aplico la misma estrategia con el almuerzo y la cena, pero a veces, hay cuatro comidas, entonces me pierdo en el tiempo, el espacio se hace más pequeño y debo esperar hasta el próximo desayuno. En cuanto termina de comer, la segunda y la cuarta tabla de su cama se estremecen y amenazan con romperse. Apostaría que busca poner la loza sucia sobre la mesa de noche. Aquí siempre es de noche. Entonces toma su computadora y teclea muy rápido como si tuviera mil dedos. Llega del almuerzo, la mujer abre la cortina y lo anima a dar un paseo, pero siempre contesta con negativas. Rechinan las tablas. Es hora de la acción, ruidos de ametralladora envuelven el cuarto y resuenan bajo la cama, escucho su rabia cada vez que dispara y su frustración cuando no logra terminar la misión de su videojuego. La cena, el ruido de las tablas y el día terminan. Sus nuevos amigos de computadora no son como nosotros, nuestra amistad era diferente, andaba sobre ruedas: las rampas con obstáculos, los terrenos escarpados y los aros de fuego. Si tan solo se diera cuenta que está más solo que yo, que vivo bajo su cama con otros juguetes que también dejó de lado. He guardado silencio, porque creo que me acostumbré al olvido y de a pocos voy perdiendo la esperanza, porque dudo que, aunque alguien cambie mis baterías oxidadas, pueda volver a rodar como antes. Entonces pienso y siento algo dentro de mi motor que me dice que alguien me reparará y quedaré como nuevo, como si estos años no hubieran pasado. Entre tanto sigo aquí, en medio de partes de juguetes, que si no ha tirado es solo por contrariar a sus padres. Tiene mala memoria, nada queda de la emoción de la primera vez que me vio, se quedó sin palabras y lloró por horas. Yo no era lo que esperaba: un carro monstruo con control de radio frecuencia, de los inalámbricos, de los de antena, pero, aunque estaba lejos de ser un monstruo, sí era un carro de control remoto, aunque fuera alámbrico. Moría de riza cuando salíamos por el barrio. Él iba de tras de mí como desesperado tratando de alcanzarme, siempre fui más rápido que él. Nunca se avergonzó de mí, sobre todo por el cable, aunque los otros niños se burlaran de nosotros. Fueron buenos tiempos. Ahora y gracias a que fuimos buenos amigos, he decido perdonarlo y darle otra oportunidad. Si tan solo cambiara mis baterías, limpiara un poco mi polvo, desenredara mi cable y saliera conmigo a dar una vuelta por el barrio y empujara su silla de ruedas, demostraría que ahora es el más rápido, solo quiero verlo sonreír de verdad, como lo hacía en ese tiempo, en el que no le importaba que nos miraran diferente.

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