miércoles, 21 de marzo de 2018

Cuando el Sol se Fue para Siempre

Por Edison David Ramirez Serna
Temática libre

Todos en el bosque hablan del Sol. Dicen que se fue porque es un egoísta, un viejo huraño destrozado por los años, por los planetas, por los marcianos y por los grandes asteroides que, sin rumbo, van por ahí como huérfanos sin patria. 

Pues no, el Sol no se fue por egoísmo, se fue por tristeza, por pura y física tristeza. Sé por la jirafa que la cosa empezó un día en que las nubes se reunieron para saber qué hacer con los humanos, que de día y de noche, de enero a diciembre, les llenaban de humo las casas, las escuelas y las bibliotecas.

Después de muchas asambleas y discusiones, las nubes llegaron a la conclusión de que lo mejor era erradicar a la humanidad en el menor tiempo posible. Sin embargo, y para desgracia de todas, nadie sabía cómo matar a alguien; los mejores asesinos eran precisamente los enemigos con los que querían acabar. Porque eso sí, valga la redundancia, el asesinato era una virtud de los hombres, los ogros y los Chupacabras, de nadie más.  

Pasaron años, siglos y milenos. Las nubes no sabían qué hacer con el tal homo sapiens. Una tarde de octubre se le ocurrió a la nube más sabia  resolver el problema montando una fábrica de textiles. Como pequeñas y exitosas empresarias (vaya contradicción) comenzaron a idear un plan: la materia prima estaría compuesta por los hombres y mujeres de todos los continentes, nacionalidades, razas, edades, creencias y pelambres. 

El negocio fue de viento en popa, todas las nubes se unieron a la fábrica, las telas se conseguían sin mayor esfuerzo. Con anzuelos de todo tipo, desde los más rudimentarios hasta los más sofisticados, cazaban con deleite a esos mamíferos sin alma. Cuando querían atrapar a una reina de belleza, el cebo era nada más y nada menos,  que un par de pendientes brillantes o una billetera de cuero. Si se trataba de enganchar a unos cuantos borrachitos, les bastaba una media de aguardiente o el retrato medio borroso de una Playboy a blanco y negro.

Así fue, damas y caballeros, hongos de la gran aristocracia, como las nubes, rechonchas y elegantes, fueron turisteando (disculpen el barbarismo) por todo el mundo con sus bellas chaquetas, con sus vestidos a la francesa, con sus bikinis  americanos, con sus sombreros asiáticos, ¡el cielo era una gran pasarela! ¡Una Colombiamoda de proporciones descomunales!


Fue tal la demanda de telas, que después de muchas centurias, las ciudades, los pueblos, los valles y las montañas se vieron libres de aquella especie beligerante, de aquel mal sueño llamado ‘‘humanidad’’. El Sol, que paseaba por el mundo para ver a los niños montar en sus columpios, cambió su calidez por melancolía, hasta que, sin dar explicación alguna, decidió largarse. Las malas lenguas dicen que está de mochilero en Andrómeda; otros chismes interplanetarios comentan que ahora es cantinero en Sagitario. Si ustedes saben dónde está, díganle que venga de visita, también las piedras necesitamos un poco de calor de vez en cuando. ¿No les parece? 


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