Temática libre
Todos
en el bosque hablan del Sol. Dicen que se fue porque es un egoísta, un viejo
huraño destrozado por los años, por los planetas, por los marcianos y por los
grandes asteroides que, sin rumbo, van por ahí como huérfanos sin patria.
Pues
no, el Sol no se fue por egoísmo, se fue por tristeza, por pura y física
tristeza. Sé por la jirafa que la cosa empezó un día en que las nubes se
reunieron para saber qué hacer con los humanos, que de día y de noche, de enero
a diciembre, les llenaban de humo las casas, las escuelas y las bibliotecas.
Después
de muchas asambleas y discusiones, las nubes llegaron a la conclusión de que lo
mejor era erradicar a la humanidad en el menor tiempo posible. Sin embargo, y
para desgracia de todas, nadie sabía cómo matar a alguien; los mejores asesinos
eran precisamente los enemigos con los que querían acabar. Porque eso sí, valga
la redundancia, el asesinato era una virtud de los hombres, los ogros y los Chupacabras,
de nadie más.
Pasaron
años, siglos y milenos. Las nubes no sabían qué hacer con el tal homo sapiens.
Una tarde de octubre se le ocurrió a la nube más sabia resolver el problema montando una fábrica de
textiles. Como pequeñas y exitosas empresarias (vaya contradicción) comenzaron
a idear un plan: la materia prima estaría compuesta por los hombres y mujeres
de todos los continentes, nacionalidades, razas, edades, creencias y pelambres.
El
negocio fue de viento en popa, todas las nubes se unieron a la fábrica, las
telas se conseguían sin mayor esfuerzo. Con anzuelos de todo tipo, desde los
más rudimentarios hasta los más sofisticados, cazaban con deleite a esos
mamíferos sin alma. Cuando querían atrapar a una reina de belleza, el cebo era
nada más y nada menos, que un par de
pendientes brillantes o una billetera de cuero. Si se trataba de enganchar a
unos cuantos borrachitos, les bastaba una media de aguardiente o el retrato medio
borroso de una Playboy a blanco y negro.
Así
fue, damas y caballeros, hongos de la gran aristocracia, como las nubes,
rechonchas y elegantes, fueron turisteando (disculpen el barbarismo) por todo
el mundo con sus bellas chaquetas, con sus vestidos a la francesa, con sus
bikinis americanos, con sus sombreros
asiáticos, ¡el cielo era una gran pasarela! ¡Una Colombiamoda de proporciones
descomunales!
Fue
tal la demanda de telas, que después de muchas centurias, las ciudades, los
pueblos, los valles y las montañas se vieron libres de aquella especie
beligerante, de aquel mal sueño llamado ‘‘humanidad’’. El Sol, que paseaba por
el mundo para ver a los niños montar en sus columpios, cambió su calidez por
melancolía, hasta que, sin dar explicación alguna, decidió largarse. Las malas
lenguas dicen que está de mochilero en Andrómeda; otros chismes interplanetarios
comentan que ahora es cantinero en Sagitario. Si ustedes saben dónde está,
díganle que venga de visita, también las piedras necesitamos un poco de calor
de vez en cuando. ¿No les parece?
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