Por: Edwin Arley Bedoya López
Temática libre
Su celular sonaba insistentemente, Juan lo
había ignorado pues estaba cansado, además era un número desconocido. Seguramente
sería del trabajo pensó, pero ante la insistencia decidió responder; buenas
noches dijo, del otro lado se escuchó una voz entre sollozos, tenemos que
hablar, mi esposo lo sabe todo y quiere matarnos. Juan sintió como su pecho se
contraía y su pulso se aceleraba, la voz de Julia era casi ininteligible debido
al llanto pero continuo diciendo, estoy embarazada,
está vez Juan sintió que su vida se desvanecía, hacía solo pocos días que había
decidido dejar su relación extramatrimonial, renovar su hogar y olvidarse de su
fugaz aventura pero esto lo cambiaba todo.
Los pensamientos fatalistas no se hicieron
esperar, sabía que su esposa no le perdonaría una nueva infidelidad, lo
abandonaría y se llevaría a su pequeña hija, esa soledad le aterraba. Trabajaba
en la empresa de su suegro así que todos los años luchando por ascender se
irían a la basura, el viejo no le perdonaría hacer sufrir a su hija y con el
poder que tenía se aseguraría de que nadie le contratase; su familia
extremadamente religiosa le daría la espalda también; el panorama se tornaba
cada vez más oscuro.
La voz al otro lado del teléfono había continuado
su interlocución pero Juan inmerso en sus pensamientos la había ignorado, hasta
que de pronto escucho algo aún más terrible, estoy en la puerta de tu casa, tu
esposa debe saber lo nuestro. Su corazón casi se detiene no podía permitir que
eso sucediera pero ¿qué hacer? Preso del pánico y la desesperación buscó en la
gaveta de su mesa de noche el arma que hacía poco había comprado para proteger
a su familia de la creciente delincuencia
del sector. No era un asesino nunca había disparado un arma, ¿podría matar a
Julia? El tiempo se acababa y pronto toda su vida se iría al caño pero algo lo
entristecía aún más, había destruido su hogar, le falló a la mujer que juró
amar hasta el fin de sus días y el futuro de su hija no era más esperanzador,
crecería odiándolo y eso le partía el alma. Juan, destrozado, desesperado y
agobiado por lo que había hecho y por lo que pasaría a su familia colgó su
celular, tomó el arma en sus manos y se decidió a hacer lo único que su turbado
pensamiento le permitió dilucidar.
El sonido seco de un disparo perturbó la
tranquilidad de la noche, el cuerpo inerte de Juan yacía sobre su cama, los
gritos de su esposa y su hija fueron verdaderamente desgarradores y mientras la
sangre fluía sobre la almohada el celular de Juan empezó a sonar
insistentemente.
Del otro lado de la línea Jésica, una mujer de aproximadamente
25 años que se hallaba frente a la puerta de la casa de su amante y quien hacia
una hora había escapado de su casa, sin poder ocultar la vergüenza en su rostro
llamaba con intensión de disculparse pues había marcado un número equivocado y
se había desahogado con un perfecto extraño. Nadie respondió así que solo tocó
la puerta que tenía enfrente…
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