Por: Juan Felipe Zuluaga Malagón
Temática libre
Empujé, empujé, empujé. No sé
qué caso tenía aplicar tanta fuerza, de tan escaso valor, con tan poco músculo,
bajo la convicción, implícita y absoluta, de la derrota. Sería orgullo.
Vanidad, vana vanidad, vanagloria de haber nacido de cualquier manera, con la
potencia irracional de la sangre de otros traspasándome, y sin embargo ser
titular de un derecho a no fracasar —un deber, más bien, patente de corso para
dominar lo que en realidad me domina—. Pero la realidad golpeaba, golpea y
golpeará (soy un aspirante a futurólogo, vocación de pesimista), con el
contundente maquinismo del azar, una mecánica oculta al entendimiento, una
anarquía lejana incluso ajena a la locura humana. Así que desistí. En esto
había más fuerza que la perseverancia por el triunfo, pues al sentirse era como
la absurda situación en la que cae lluvia de hierro candente, ácido. ¿Qué me
obligaba a aceptar esto o aquello? Decidir fracasar, ser, estar, corroerme,
envilecerme, no ser, es una manifestación tan aparentemente propia, pero eso no
basta, si todos los caminos significaban uno solo entre la materia y la cultura,
en mi obtusa mente, en la mente de los demás, aunque sea versado en la prosa
más variada, en la historia siempre falsa y en el improbable libro de la vida.
Para ser autónomo, debía ser
un relator de mí mismo, un intérprete, un maestro, un aprendiz, simulando la
inmensa red invisible e intangible que los seres bípedos hipócritas tendemos
desde hace un buen trecho, que, ‘a la parte seria’, es una imposición silente,
esperada y rechazada en la candidez y en el agobio de lo demás en la vida,
ignorada usualmente.
Tal vez si lo que nos rodea,
los obstáculos cotidianos como la mesa, la silla, el otro, la ventana del bus,
el bus, la comodidad, la incomodidad, el almuerzo muy frío o muy caliente, las
horas, las deshoras, la pobreza, la indigestión, el ruido en el estómago, las
várices, y la incertidumbre inveterada, gobiernan la realidad, estamos situados
en el punto en el que los triunfos y las derrotas humanas se arrastran
masturbatoriamente, con dolor y con sangre, para siempre por sobre nosotros,
dándonos la espalda.
Hay leer la indicación de
‘Hale’ cuando las puertas lo tengan estampado encima.
Muy bueno. Siempre son atractivos este tipo de cuentos que de forma nada ordinaria concentran un hecho ordinario.
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