viernes, 23 de marzo de 2018

Carpe Díem

Por Nestor Estiven Giraldo Sánchez
Temática libre


Tres veces lo ha intentado, tres veces y aún no lo ha logrado, acabar con aquel dolor que invade con desagrado a un pobre joven desahuciado. ¿qué pastillas o qué soga o simplemente qué puede ser lo más adecuado, para que el final de pobre Mario sea indoloro y solitario?

Decidió llegar al décimo piso, donde vive su amigo el del “mercado”, pensando en todas las cosas que hasta a ese día le habían hecho tanto daño. Su amada Luna, su monótono trabajo, el excesivo uso de las drogas y el terrible abuso por el que había pasado, eso era lo que tenía al pobre Mario ansioso y viviendo de soslayo. Recordó cuando su Luna, en sus brazos se había postrado y entre lágrimas y llanto había entrado, recordó como él con ojos tiernos y lleno de amor, le trataba de subir el ánimo.

Pensó en aquel momento donde se encontraba tomando tinto mientras pensaba en lo repetitiva que se había vuelto su vida: leer, escribir, hablar con sus compañeros y finalmente ser regañado por su jefe semana tras semana, se sentía sofocado; también recordó cuando su amigo, el del “mercado” le armó el primer bareto mientras escuchaban a la radio.

Pero si algo tenía al pobre Mario acorralado, era aquel recuerdo de la niñez que lo perseguía a todos lados, una mujer encima suyo cuando el yacía acostado, mientras su madre y sus hermanas viendo las novelas se encontraban. Mientras ella lo tocaba y él con miedo se dejaba hasta que a la final aquella mujer gemía y él con su boca tapada, pensaba en cómo olvidar eso sin que su familia se enterara.

Entró a la casa de su amigo, el del décimo piso y mientras él le armaba un bareto, Mario caminaba hacia su final en aquel décimo piso, postró su billetera en un gran mármol y con ella cuñó una pequeña nota y un pequeño astronauta, pensando que finalmente podría olvidar a su Luna. Lo último que se vio fue una sombra y se escuchó un fuerte impactó, fue a la cuarta vez cuando Mario al fin lo había logrado.

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