Por: Manuela Barrios
Temática libre
Nos
conocimos hace unas semanas, él con su sutil presencia empezaba a seducirme y
más que eso a intrigarme. Cruzamos miradas y algunos contactos fortuitos por
vivir bajo el mismo techo. Al cuarto día ya éramos inseparables. La quinta
noche lo invité a dormir conmigo. Nos acostamos temprano, me dio un par de
besos pero la noche siguió. Él me arrulló con sus profundas respiraciones y el
sueño nos duró hasta la madrugada. Desde ese día compartimos la estrechez de
una cama sencilla. Él concilia el sueño cerquita de mi cuerpo del que no se
despega y yo, con sus suspiros, me profundizo hasta que el sol decide cuando es
hora de abrir los ojos. En las mañanas no hay mucho que queramos decirnos, a
veces me da por hablarle, le hago preguntas pero nunca responde algo que yo
entienda...aun así creo que cuando su cola se estremece como péndulo invertido
con mis cuchicheos o su lengua me embadurna o sus ladridos de bienvenida me
aturden son formas de decirme que me extraña.
Groot
fue el nombre del perro que mi roommate, quiso ponerle a su regalo de
cumpleaños. Desde que el chandoso llegó a la casa, me lo robaba cada noche para
que desde pequeño se acostumbrara a mi olor. A los tres meses me mudé de esa
casa en donde las hormonas de 4 mujeres estuvieron a punto de hacernos volar en
átomos. Hui cerca pero el can y su dueña, ahora en embarazo, corrían a
refugiarse en el hotel mamá. Este diciembre un mensaje de voz me dio la mala
noticia antes del feliz año...la música de fondo era una canción de salsa de
esas que te hacen oler los cañaverales. Mi ex vecina me contaba que su perro
había muerto hace una semana por intoxicación severa. Me sentí en otro tiempo,
en cámara lenta mientras mi tío me ofrecía un vaso con 12 uvas para los deseos
de media noche. Mi mente estaba petrificada pero mi cuerpo automáticamente
actuaba acorde a la situación. Pocas lágrimas y mi cara inexpresiva saludaron
el nuevo año con un vaso lleno de manjares morados. Mi único deseo fue que
Groot no hubiera sufrido una muerte agónica y prolongada pero fue en vano. El
segundo audio era una voz femenina, entrecortada por el llanto, al contarme las
últimas horas de un peludo que hasta hoy extraño.
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