Temática libre |
En mi cuarto vive una mujercita, nunca sale de ahí. Tiene
ojos inmensos, es pequeña, frágil y le gusta observarme; siempre callada y con
sus manos entre los muslos. Cuando mis obligaciones me retrasan, ella me
escribe cartas y las tira debajo de la puerta para que yo las lea antes de
entrar. Me escribe muchas cartas, pero pocas palabras. Yo sigo resistiéndome a
abrir cada pequeño telegrama porque sé que en alguno de ellos encontraré,
inexorablemente, una angustia extraviada. Cierta vez me dijo que no sabía cómo
vivir, se sentía ahogada por una pena confusa, en extremo profunda. Sabía que
permaneciendo encerrada le faltaría invariablemente el aire, pero también
estaba segura que no sería capaz de volver a entrar una vez saliera. Temo que
encuentre alguna forma de escabullirse sin cerrar la puerta. Apresuro todas mis
labores para llegar cada día más temprano. Cuando llego, recojo las cartas y me
sereno unos minutos antes de entrar, adquiriendo una mirada neutral. Una vez en
casa, olvido alimentarla, y solo lo recuerdo cuando me encuentro lejos de ella,
me arrepiento profundamente en esos instantes, pero he aprendido a esconder mi
culpa y a ignorarla ante ella, para que no la sienta. Supuse que había
aprendido a comer por su cuenta y a decidir qué comida le gustaba, de otra
manera habría muerto hace mucho tiempo.
Hoy estoy parado, como todos los días al llegar, afuera de
mi habitación. Sostengo mi respiración y aún intento encontrar la indiferencia
en mis ojos, la misma que le muestro todas las noches. Llevo varias horas
parado en la puerta, está más tarde que nunca y aún no he entrado, aunque hoy
jamás me fui por completo. Llegué ayer en la noche, entré unos cuantos segundos
al cuarto, pero salí a prisa, cerrando la puerta tras de mí. Di unos cuantos
pasos, pero nunca me marché. La misma razón que me impidió quedarme y que no me
dejó irme me negaba la entrada. No estaba preparado para la angustia que se me
iba a comunicar ayer y, en medio de todo, el estar parado tanto tiempo ahí
afuera alejaba a cada instante la posibilidad de reincorporar la indiferencia
en mis ojos. Recuerdo que, al llegar ayer, solo encontré una carta, bastante
larga y mojada que se asomaba debajo de la puerta; intenté extraerla, y al
sentir que me presentaba resistencia, decidí abrir la puerta.
La imagen que vi al otro lado de la puerta me recuerda por
qué todavía no logro contraer mis pupilas dilatadas. Y la humedad que aún
preservan mis pies me impide explicar la sensación que tuve ayer cuando, al
entrar, vi a mi mujercita, roja e hinchada como un globo, con la boca llena de
papel y flotando sobre un torrente de lágrimas que salía de sus ojos e inundaba
mi habitación.
Atrapante. Intrigante. Excelente.
ResponderEliminarMuy bueno, engancha inmediatamente.
ResponderEliminarUn muy buen cuento Daniel.
ResponderEliminarPobre ella...mujercita tan pequeña, pero tan enteramente el olvido y el abandono por segundos de lo que deseamos pero por siempre no podrá ser. No!
ResponderEliminarMuy buen cuento. Excelente