Temática libre
Atravesé la biblioteca como esperando un juicio. El
despiste y la ignorancia de los que allí escampaban, los cegaba de un
espectáculo majestuoso; gota a gota el desfile de la lluvia combatía la sed de
la vegetación.
Delante de mí, una chica valiente se abalanzó sobre el
torrencial aguacero; pensé seguirla, dialogar con ella y escabullirme entre su
paraguas, pero por el chapotear rápido de sus zapatos pude notar la urgencia
que la acompañaba. Acaso, ¿soy la única que camina bajo la lluvia?
Sentí sobre mi cuerpo un calor repentino. Esta lluvia,
para el resto desastrosa, había logrado colarse por mi cuello y en su pequeño
albedrío, trazado su conquista hasta el umbral escarpado de mis glúteos. Mis
dedos, dignos representantes de mi conciencia, a manera de reacción por el
repentino recorrido, se encontraban perdidos bajo algún efecto epiléptico que
no lograba comprender. Ya para este punto, mi caminar había cesado; inerte,
ante las desnudas estelas que dejaban las gotas al caer.
Como muchas de las historias sucedidas en el subconsciente,
esta no difiere en absoluto.
Ana entró por urgencias a las 7:45, el conductor del
taxi ingreso gritando el crimen. La vida de aquella universitaria se incrustaba
en su conciencia.
Los médicos aplicaban electro-choques al cuerpo
tendido sobre la camilla. Las enfermeras veían y pronosticaban lo sucedido. Después
del tercer intento de reanimación, la chica no respondió, ya no respondería
jamás. Ana ahora era otra gota de esa lluvia que llevaría su nombre a la
eternidad del olvido.
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